ESTA OBRA FUE PRODUCIDA CON EL PREMIO S 2009, EL FONDO NACIONAL DE LAS ARTES Y PROTEATRO

29 de agosto de 2011

PALABRAS ESPECIALES

Con ánimo de amar
O cómo el amor es una cuestión de coordinación

Intentar abarcar la cartelera teatral porteña se ha vuelto una tarea casi tan imposible como la de perseguir el horizonte. No se trata de que, tanto ella como él, se hallan siempre un paso adelante; lo que sucede es que la naturaleza misma de este fenómeno –lo teatral como experiencia cultural- se ha vuelto omnisciente. Uno convive en Buenos Aires con un montón de realidades y, además, con un monstruo de mil cabezas llamado ‘teatro’. Ciertamente, lo más interesante de esta convivencia es que uno la encara sabiendo de antemano que lleva las de perder. No obstante, arremetemos una y otra vez en desmedro de nuestra capacidad física, emocional y de bolsillo.

Así las cosas, un domingo bastante frío fui a ver “La Boticaria”, el segundo trabajo de Verónica Mc Loughlin como dramaturga y directora. Seducido por las bondades de su primer opus, el encuentro de ese día llevaba la impronta de las altas expectativas que, sabemos, la mayoría de las veces entorpece sobremanera la consumación del hecho artístico.

He aquí las buenas noticias: “La Boticaria” es una obra que deslumbra, en más de un sentido. Pienso ‘deslumbrar’ en su significado más estricto, el de perder momentáneamente la vista por un golpe de luz inesperado. El mayor acierto de la puesta en escena es, pues, la decisión de ocultar y/o mostrar utilizando el dispositivo lumínico como elemento privilegiado. La elección de poner en tensión la noción de ‘imagen’ como centro del desarrollo de la vida moderna obliga a pensar ‘lo oscuro’, que no ya la oscuridad, como un atributo de lo que debe verse, en términos de ‘lo real’. (Abro paréntesis: comienza la función, un señor y su familia sentados en la fila de atrás; como no hay nada que ver, charlan. Al parecer, las hijas no son muy asiduas concurrentes al teatro por lo que el padre les explica en voz baja las diferencias entre actuar y dirigir. Más vale que exagero pero eso entendí de lo que pude escuchar. Mientras tanto, en escena, los actores hablan. En la oscuridad, pero hablan. Cierro paréntesis.) La dupla Iaccarino-Rolandi anota entonces el primer poroto. Al instante se suma Toyos, que inscribe la relación de la obra con el sonido en términos binarios: cada personaje habla un ‘ruido’ diferente, al igual que el ambiente. Las voces se mezclan en una especie de colchón sonoro que, de nuevo, apela a la duplicidad como forma de expresión. Por momentos, se vuelve extraño; de a ratos, ausente. Pero siempre inspirado.

Si “Voto de silencio” era una historia sobre la capacidad de transformación del amor, “La Boticaria” lo es sobre sus imposibilidades. (Algunas ideas sobre la ópera prima de V. McL., su relación con lo ‘cinematográfico’, su concepción acerca de los aspectos técnicos y la teatralidad en general pueden leerse en https://www.facebook.com/note.php?note_id=192745878787). Lo que en aquella era posible, en ésta queda trunco. Lo sucedido antes no se repite, no porque la decepción se haya apoderado de Mc Loughlin, sino porque su nueva mirada sobre el amor opera en términos negativos, según los usos de la fotografía. Algo así como que lo que no se revela es lo que en verdad acontece. Una operación de inversión para hablar sobre el mismo tema sin reiterar, aburrir o complacer. En esta línea, los tres actores –Espinal, Iglesia y Minetti- terminan de alinear el mecanismo narrativo con actuaciones creíbles, atentas al detalle y utilizando la intuición como principal aliada. En este punto, la directora entiende acertadamente los riesgos de la trinidad. El tres es un número difícil para las relaciones; es por ello que se vuelve fundamental para la fluidez de la trama toda estrategia que tienda a redistribuir la energía de a pares, reservando las tríadas para esos momentos que operan como puentes que hacen avanzar la acción hacia el final. La escena del baile es, de todas, la más explícita en relación a esto.

En esta segunda apuesta teatral, Verónica Mc Loughlin hace gala de un poder de abstracción notable, no dependiendo de elementos intrascendentes y concentrando aún más las herramientas al alcance de la mano. En conjunto, ambas obras delinean sin complejos una ética de lo femenino que funciona en dos niveles diferentes pero superpuestos: pone a la mujer en el centro de la escena al tiempo que activa una mirada sobre lo masculino alejada de los estereotipos machistas y falócratas imperantes en el mundo de hoy.

La vocación de esta directora por lo simple y lo sutil, por la ternura y la inocencia como atributos de la especie humana se ha vuelto ya una marca de autor insoslayable. “La Boticaria” se inscribe en esta tradición con una convicción a prueba de balas pero aceptando los desafíos de la ambigüedad. “No hay en el mundo nada bueno que en su origen no contuviera una infamia.” Mc Loughlin y su equipo le piden prestada esta frase a Antón Chéjov y trazan las coordenadas a través de las cuales es posible distinguir lo que significa el hecho teatral como disciplina artística, ética y política a la vez.
Gracias por leer!

Ezequiel Galeano


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