Ya en lo profundo de la obra me gustó mucho el trabajo entre ellos tres: las copitas y el juego con el líquido (que parece el oro, lo áureo que los envuelve a los tres); el baile totalmente coordinado para parecer descoordinado y brusco (pero que lentamente se va haciendo dócil y suave hasta el abrazo tierno); la dureza de Mauricio que por momentos es paternal y por instantes dictatorial y perversa; la dulzura de Marianella, totalmente fresca e inocente y que cuando tiene su bajón (en su amargura final) es terrible. Además, entre los tres se hacen cargo de todo el escenario de una manera compacta y sin fisuras.
Párrafo aparte merece esa lucha con la timidez y la torpeza que experimenta Francisco que me pareció muy muy bien lograda. Además, creo que es la que finalmente crea al microhéroe que la obra necesita y la que hace mucho más creíble que, sobre el final, vuelva a la puerta y genere esa victoria de su voluntad (además de esa victoria narrativa).
En otro orden de cosas, el tiempo de la obra está súper ajustado, la iluminación y los sonidos casi perfectos. Los objetos (eso, me atrevo a suponer) son tu marca registrada teatral: impecablemente elegidos y distribuidos. Nunca molestan y aparecen sólo cuando se necesitan."
Federico Docampo
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